Aquí estoy, sentado entre mi hermano el monte y mi hermana la mar.
Los tres somos uno en la soledad, y el amor que nos une es profundo y fuerte y extraño.
No, es
más profundo que la profundidad de mi hermana y más fuerte que la fuerza de mi hermano, y
más extraño que la rareza de mi locura.
Siglos y siglos han pasado desde que el primer amanecer gris nos hizo visibles unos a otros; y
aunque hemos visto el nacimiento, la plenitud y la muerte de muchos mundos, somos
impacientes y jóvenes todavía.
Somos jóvenes e impacientes y aún estamos solos y no
visitados, y aunque siempre estamos medio abrazados, no encontramos consuelo.
¿Y qué
consuelo existe para el deseo controlado y la pasión no desatada? ¿De dónde vendrá el dios
ardiente a calentar la cama de mi hermana? ¿Y qué corriente femenino apagará el fuego de mi
hermano? ¿Y quién es la mujer que gobernará mi corazón?
En la quietud de la noche, mi hermana murmura en sueños el nombre del dios del fuego
desconocido, y mi hermano llama a la lejanía a la diosa fría y distante.
Pero ignoro a quién
llamo yo en mis sueños
.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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